EL CICLÓN DE 1922

martes, 4 de octubre de 2011 0 comentarios
Por fin entró la noche, negra y borrascosa; el viento se hizo cada vez más amenazante a grado tal que, bajo su acción y recurriendo a los últimos esfuerzos, se oía pasar por las calles a las familias llorosas en busca de seguridad.-
El amanecer no pudo ser más desconsolador; porque numerosas familias isleñas, al verlo todo perdido, se prepararon para salir de la población en ruinas, la cual, era considerada hasta un día antes de la tragedia, como la más rica de nuestras costas.- La Revista de Yucatán.-
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Ya no quedan entre nosotros isleños mayores, personas capaces de recordar la potente fuerza destructora del ciclón de 1922. Si acaso dos que en ese entonces eran niños, por supuesto; que a su corta edad debieron enfrentar un desastre natural de dimensiones extraordinarias.
Aquel 17 de octubre del año que cito, los isleños sabían que el fuerte norte que desde hacía dos días los azotaba era presagio de algo funesto. “Es común que los nortes soplen fuerte – explicaba a sus 90 años Antonio Peña Osorio – pero no más de dos días. Pueden durar hasta seis, pero con baja intensidad”. La marea alta, y el movimiento de aves y otros animales buscando refugio, advertían también de un inminente fenómeno natural
Acostumbrados a predecir el tiempo, los isleños de 1922 empezaron a prepararse para recibir el posible impacto de un ciclón. Apuntalaron las humildes chozas de maderas y palmas; aunque sabían que los fuertes vientos no dejarían muchas en pie. En realidad, males peores soportaban nuestros abuelos, con las bajas que el paludismo, el cólera y la tosferina les causaban también.
Durante las horas de la tarde el viento fue tomando mayor fuerza. En las casas consideradas más resistentes se habían concentrado poco más de un millar de personas, incluyendo a quienes llegaron de fuera buscando refugio, entre ellos los cubanos que pescaban en las inmediaciones.
Al llegar las sombras, ante las mortecinas luces de velas y quinqués, las señoras rezaban mientras trataban de calmar la inquietud de los niños, pues algunos muy atrevidos se empeñaban en ver que pasaba fuera del hogar. Dicen que a falta de valor la inconsciencia es buena.
“Ya se cayó la casa de Don Manuel Osorio y se ladeó la de Don Domingo Martínez”– comentaban asombrados. Por doquier el vendaval mezclaba ramas con artículos domésticos, o hacía rodar estrepitosamente tambores vacíos, los cuales servían para envasar aceite de tiburón o de tortuga. No era fácil distinguir qué pasaba en la oscuridad que envolvía a la isla; oscuridad que se hacía más densa con los chaparrones de agua que el cielo arrojaba.
Con la medianoche llegaron los momentos de mayor intensidad de los vientos, y escenas desgarradoras se sucedieron. La gente salía de sus humildes casas desplomadas, arrastrando a sus niños y a sus ancianos, buscando otro refugio, clamando por ayuda para los heridos, lanzando gritos de auxilio que se perdían entre los ensordecedores bramidos que lanzaba la tormenta.
Era el ciclón de 1922 en todo su apogeo, con sus 100 millas por hora haciendo añicos el poblado de Isla Mujeres. Su lento movimiento de traslación lo hizo permanecer casi estático sobre la ínsula por más de 14 horas, antes de ingresar a la península para salir por Campeche, e ir a disiparse en las estribaciones de la Sierra Madre Oriental cinco días más tarde.
Fueron 14 largas horas de angustia y desesperación. Quien ha vivido la experiencia de un huracán sabe bien que el tiempo parece detenerse, haciéndose eternas las horas e inescrutable el destino. Cuando amaneció aquel 18 de octubre de 1922, ante los ojos de los isleños se reveló la magnitud del desastre: de las ciento veinte casas que componían el poblado, sólo unas 40 permanecían en pié; y luego de una evaluación, solamente tres fueron consideradas habitables.
Amparado por las sombras también, a unos metros de las playas, el huracán había protagonizado otro drama, el de los ocupantes de los barcos surtos en el puerto.

EL NAUFRAGIO DE LA CANOA DE GUERRA “NIEVES”.

En aquellos lejanos tiempos, el transporte de carga y pasajeros lo realizaba una flotilla de embarcaciones nacionales identificada como Servicios Navales del Territorio Federal de Quintana Roo. Iban esas embarcaciones de Veracruz a Payo Obispo, impulsadas a motor y vela, haciendo escalas en los puertos del Golfo y la costa oriental de la península. Un mes en promedio duraba la travesía, y era el único medio de comunicación entre la isla y los puertos aludidos.
Canoas, Cayucos, Bongos y Lanchas integraban esa flotilla, misma que resultaba insuficiente para el servicio que las poblaciones costeras demandaban. Se viajaba entre costales de copra y marquetas de chicle, entre cueros a medio curtir, esponjas, tortugas y hasta animales domésticos. La “Nieves”, junto con la “Cozumel”, fueron dos de esas embarcaciones que servían de enlace regional. Eran las preferidas en virtud de su larga eslora y su estrecha manga que les permitían desarrollar mayores velocidades al desplazarse. Ambas tuvieron un fin trágico.
Con respecto a la "Nieves” y al ciclón de 1922, citaré que en Mérida, hasta el día 25 de ese mes de octubre se ignoraba la suerte de la embarcación, pues sólo se sabía que había salido de Payo Obispo con mal tiempo. Se le daba por perdida seis días después del impacto del meteoro.
La deficiente comunicación en esos años impidió conocer con oportunidad los sucesos. Fue hasta el día 26, nueve días más tarde, cuando se supo por versiones de dos náufragos, lo ocurrido en Isla Mujeres la noche del día 17, cuando la canoa fue arrastrada por el ciclón hasta estrellarse contra el arrecife, pasando sus ocupantes indescifrables horas de dolor.
Con la luz del día, la otrora elegante silueta del navío se mostró destrozada a un costado del islote “La Carbonera”, y desde una roca cercana, alguien hacía señas pidiendo auxilio. Hubo que esperar unas horas pues la fuerza de los vientos aunque había disminuido aún causaba destrozos, y no era prudente aventurarse en el agitado mar. Sin embargo, con la ayuda de isleños valientes, y con los barcos de los señores Fabián Magaña e Inocente Pastrana, para las cuatro de la tarde los náufragos ya estaban en tierra firme, y recibían del Presidente Municipal y de los profesores, medicinas, alimentos y ropas, pues ninguno pudo rescatar su equipaje, dedicados durante las 16 horas de angustia que pasaron sobre las rocas a defenderse de los embates de las olas para salvar la vida, asidos al riscoso y cortante esquilón que va del Farito a la Carbonera.
La “Nieves” se perdió; y también quedaron ahí, junto a sus astilladas cuadernas los restos del valeroso Patrón de Costa, Don Cristino Pacheco, quien, según testimonio de los pasajeros a La Revista de Yucatán, al ver que su barco encallaba, se lanzó a las turbulentas aguas para ofrendar su vida al mar al grito de ¡Viva México!


LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA “NIEVES”.

El 25 de octubre siguiente, el Corresponsal de La Revista de Yucatán en Progreso entrevistó al Sr. José María Cervera E. y a su hijo, José Cervera Castillo, (náufragos de la “Nieves”), quienes rindieron declaración sobre el fatídico último viaje que emprendió la embarcación, hasta zozobrar en Isla Mujeres. El relato de aquellos sobrevivientes fue el siguiente:

“La noche del 9 al 10 entre 11 y 12 salimos de Payo Obispo para Progreso en la Canoa Nacional “Nieves” q. conducía alrededor de 34 pasajeros. La embarcación salió al parecer con mal tiempo. Después de dos días de viaje, siempre con mal tiempo, entramos a resguardarnos en la bahía de la Ascensión, donde permanecimos dos días. Al amanecer del 13 hicimos rumbo a Cozumel habiendo tenido que internarnos en la Caleta para precavernos del mal tiempo; llegando 12 horas después de nuestra salida. En la Caleta bajamos con las mujeres parte del pasaje, y pasamos por tierra a Cozumel, donde estuvimos desde la noche del sábado hasta la del lunes, en la que nos embarcamos nuevamente. A las 11 de la noche levamos anclas para Isla Mujeres, llegando al día siguiente en la mañana. (Martes 17 de Oct. de 1922) De allá no pudimos salir porque a cada momento arreciaba el temporal. Parte del pasaje bajó a tierra, volviendo algunos por la noche, a cenar en la canoa, donde tuvieron que quedarse porque estaban soplando vientos de tierra. Como a la una de la madrugada, cuando el pasaje en su mayor parte dormía, reventó el ciclón en tierra arrastrando la canoa hasta encallarla en un arrecife que queda frente a Isla Mujeres. (Vientos del nordeste llevaron la “Nieves” hasta la Carbonera.). La embarcación resultó completamente averiada haciendo agua, y con tal motivo, los pasajeros y la marinería, haciendo esfuerzos y luchando contra la obscuridad y las olas, nos lanzamos a alcanzar el arrecife próximo.
Éramos como cuarenta personas, inclusive mujeres y tres niños, uno de teta. Pasamos de 14 a 16 horas sobre el arrecife, sufriendo el frío, el hambre y los dolores de los golpes y rasguños que nos produjo la lucha con las encrespadas olas en la más espantosa obscuridad. Al día siguiente fuimos auxiliados por dos botes, uno de la flotilla y otro particular, y trasladándonos a Cozumel. La canoa “Nieves” quedó encallada frente al arrecife, completamente averiada perdiéndose el equipaje de muchos pasajeros, inclusive el nuestro. Entre los pasajeros de la embarcación náufraga estaba el Teniente Federal Rueda que venía para Tabasco.
Los pasajeros náufragos se embarcaron, unos en el balandro “Fénix” que llegó anteayer a Progreso, y otros en el “Orión” que llegó ayer. También naufragó en la bahía de Isla Mujeres el balandro “Rosita”, que venía cargado de chicle.- El Corresponsal.-

También había naufragado en la Punta Sur el pesquero americano “Ida. S. Brook”. Igual suerte corrieron en Cozumel, El “Alberto”, La “Norma” y la “Candita”.


COLOFÓN.

Así terminó la “Nieves” sus largos años recorriendo nuestros mares. Su motor a gasolina (entonces muy moderno), fue rescatado e instalado a la Canoa de Guerra “Cozumel”, la cual unos años más tarde rendiría también tributo al mar al chocar con otro navío frente a Xcalak.
El testimonio de los náufragos de la “Nieves”, nos ilustra sobre las dificultades que enfrentaban quienes debían viajar en esos tiempos. Nos confirma también que por falta de buenas comunicaciones, tanto para informarse de la presencia del un huracán, como para pedir y recibir auxilio, la vida no valía gran cosa en esa época del Quintana Roo de nuestros abuelos.
Ocho días tardó la trágica noticia en conocerse. Ocho días de incertidumbre. Hace apenas unos años, los pocos isleños mayores, al evocar el ayer, me expresaban que no esperaban en esos casos de emergencia ninguna ayuda de fuera. Cuando llegaban las autoridades del Territorio ya nada había qué hacer. Los heridos habían sanado o fallecido, y las casas de los pescadores se erguían de nuevo, en espera de un nuevo ciclón, tal vez para demostrar a las futuras generaciones que a ellos nunca los dobló la adversidad, y que supieron luchar para heredarnos un lugar digno donde vivir.

Por ello, dedico estas líneas al nuevo grupo social llamado: “Recuerdos de Isla Mujeres”, integrado por paisanos que se niegan a perder su identidad cultural.
Mi enhorabuena para el Arquitecto Cuauhtemoc Zurita Ávila, su creador.
Para concluir, expreso gratitud a la C. Licda. Ney Antonia Canto Vega, Directora del Centro de Apoyo a la Investigación Histórica del hermano Estado de Yucatán en 2005, cuyas atenciones fueron decisivas para la elaboración de este escrito.


Fidel Villanueva Madrid.
Cronista Vitalicio de Isla Mujeres.-
ixcheel@prodigy.net.mx
Septiembre de 2011.-

 
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