EVENCIO TREJO NOVELO

jueves, 1 de abril de 2010

Capitán Picuda


 

Fue en aquellos años del Territorio Federal, en la primera mitad del siglo XX, cuando Evencio Trejo Novelo, más conocido como “Capitán Picuda” arribó a este mundo. Su madre fue Doña Petrona Novelo Rodríguez, una de las más afamadas parteras con que contaba Isla Mujeres en esos años en que no había doctor en la comunidad, y según los isleños, el apodo se lo ganó por ser de complexión delgada, osado…y dicen que de buen apetito.
Nació Evencio un 3 de mayo de 1931 en la misma casa donde hoy vive, sobre la avenida Juárez, la calle más antigua de Isla Mujeres. Fue su padre el Sr. Wenceslao Trejo Coral, quien se dedicó a la agricultura, principalmente, haciendo pesquería también, aunque fue reconocido por su habilidad para hacer casas tipo palapa, esto es, de materiales de la región los cuales obtenía en la Zona Continental de Isla Mujeres, a la que él llama “la Costa Firme”.

“De mi padre aprendí el oficio de hacer casas, así como el de la agricultura y la pesca, que alternábamos de acuerdo a la estación del año –comenta, añadiendo que es- sobreviviente de 5 hermanos que tuve, dos mujeres y tres hombres, quienes, como mis padres, se me han adelantado en el viaje final”.

Agrega que sólo pudo estudiar hasta sexto de primaria porque no había para más en la isla, y por lo que a temprana edad se dedicó a ayudar a su padre en las labores del campo y del mar.

“Recuerdo a algunos maestros de esos tiempos, los cuales eran verdaderos apóstoles. -señala- No olvidaré nunca al Profesor Ampudia, que nos daba música, ni a la Maestra Socorro que era de Cozumel, así como a una hermana suya del mismo oficio. Hace tanto tiempo que ya que no es fácil traer a la mente sus nombres completos” –lamenta.

Cruzando la sabana…bordeando por la bahía

“Así le llamamos a la marisma que se forma detrás de la duna que corre a lo largo de la costa -instruye- la cual, era una verdadera aventura atravesar para alcanzar terreno alto. Esos espacios donde hoy se asienta Cancún eran para nosotros de soledad, porque nos pasábamos una semana en el monte cortando madera que luego había que llevar hasta la playa para embarcarla hacia Isla Mujeres, en lo que se conocía como Paso del Meco, muy cerca de Tamtamchén, hoy Puerto Juárez. Cruzar la sabana cargados de madera, palmas, leña, carbón o lo que cosecháramos de la milpa, significaba un esfuerzo sobrehumano, pero así eran esos tiempos –reflexiona.
Mi hermano Venancio era dueño de un cocal que se ubicaba entre El Meco y Punta Sam -continúa- y ahí era donde cortábamos mangle botoncillo para hacer carbón. El rancho se llamaba El Coco, y mucho nos entretenía también tumbar monte para cocal y el cultivo de las plantas. Luís Trinchán Tejero nos compraba el carbón y se encargaba de revenderlo a los isleños que podían comprarlo, pues la gente más pobre cocinaba con leña. Teníamos para el transporte de los productos de la milpa y los forestales una canoa llamada Ángela, la cual era de cinco toneladas. Era de dos palos y usaba velas de botalón y de trinquete. La gobernábamos con caña y a pura vela, pues no había para motor.
Los motores llegaron luego, allá por 1953. Uno al que apodaban el Zurdo trajo algunos de fuera de borda de apenas tres caballos de fuerza. Luego Ladislao Tejero adquirió unos de base que llamaban Listratos –asienta.
El monte lo dejé cuando ya andaba por los 18 años -prosigue- y entonces me embarqué en el Carmita como Ayudante de Cocina. Mi sueldo era de un peso diario, sin horario, pues andábamos embarcados todo el día. Con este barco de los Magaña hacíamos viajes que cubrían de Chetumal hasta Chihxulub, con escalas en los ranchos pesqueros y copreros del litoral, comprando copra de ida y trayendo mercancías de vuelta. Esto incluía detenernos en San Felipe, Yucatán, a cargar ganado para el consumo de mis paisanos de Isla Mujeres. Como no había muelle resultaba muy complicado subir las reses al barco, luego de hacerlas nadar desde la playa hasta donde nos encontrábamos anclados”

Por los caminos del mar…

“Decidido a superarme me afilié al Sindicato de de Marineros de Cozumel, lo que me permitió navegar en barcos de mucho prestigio en ese tiempo. Tal fue el caso del  legendario Oscar Coldwell, donde me contrataron como Maestro de Cocina.
A fuerza de compartir con los mecánicos fui aprendiendo a reparar motores, y gracias a unos campechanos de los que mucho aprendí ascendí a Ayudante de Motorista. Cambié entonces de Sindicato y me uní al de Motoristas de Campeche.
Luego de dos años en el Oscar Coldwell me cambié al Juanita, donde me ofrecieron un mejor ingreso. Este barco era de la Casa Aguilar de Chetumal y movía principalmente madera, desde la entonces capital del Territorio hasta Veracruz, Tuxpan, e incluso Nueva Orleáns, en el Golfo de México. Con el Juanita conocí Cuba pues a Casablanca llevábamos el barco a reparación y mantenimiento” –relata.

Antes de dos años, Evencio Trejo Novelo dejó el Juanita y se alistó en otra embarcación: “El Beiby”, la cual tenía como principal actividad proveer a los faros de lo más indispensable, además de mover carga y pasajeros. De Cozumel a Progreso, Tuxpan y Tampico, y de vuelta a casa en ese barco que, según el entrevistado, era muy marinero.
Luego vino el tiempo de las cosas del amor. Dice que a los veintiséis años desembarcó para casarse con Doña Beatriz León Cortés, dama de Chihxulub de la que se enamoró perdidamente.

“A Bety la conocí en los 15 años de Paulita Magaña –cuenta sonriendo- y a pesar de que uno de sus hermanos era muy amigo mío, su familia estuvo en contra del noviazgo, llevándosela a México para tratar de que nos olvidáramos del romance. Todo fue  en vano…¡nos casamos! y la isla fue nuestro refugio los ¡tres meses! que duró nuestra Luna de Miel. De nuestro matrimonio, que para mí es eterno, nacieron 4 niñas: Silvia Beatriz, María del Carmen, Mariana del Socorro, y Miriam, las cuales nos van prolongando en los nietos.

“Vinieron entonces las responsabilidades, y para cumplir en la casa me enrolé en la Armada de México como Fogonero. De ahí salí como Segundo Maestre después de ocho años de servicio. Lo dejé porque pretendían cambiarme a otro lugar y no estaba dispuesto a alejarme de mi familia, especialmente de mi padre que se hallaba bastante enfermo.
Quiero decirte –prosigue- que mi esposa fue una mujer ejemplar. Con la ayuda de mis hijas vendía comida a los navales y eso ayudaba bastante. Ella tenía un restaurantito llamado El Marino. En mi caso, al darme de baja activé de inmediato mi liderazgo con los cargadores de Isla Mujeres y con ellos me puse a trabajar.
En unos meses ya había gestionado un camioncito para mover carga con mayor facilidad. Como me sobraba tiempo ocupé los ratos libres en atender un bar que era de Alfonso Ríos Azueta. Se llamaba el Quitapón, y estaba hasta hace unos años a unos metros de esta casa. En esto no duré porque no faltaba paisana o paisano que me reclamara que, al emborrachar a sus padres o maridos, les quitábamos el pan de la boca a sus hijos. Mejor lo dejé”.

Respecto a Doña Bety, debo anotar que la señora falleció el 7 de noviembre de 1996, a la temprana edad de 60 años. Más parece que no se ha marchado, porque en cada rincón de su casa hay un motivo que la recuerda, una foto…una veladora…una oración, que en el caso de Evencio Trejo Novelo, es expresada viendo al mar que rompe a unos metros de su casa…a ese mar que por tántos años Doña Bety contempló, mientras elevaba plegarias por el retorno de su esposo, al que sabía luchando contra mareas y corrientes para llevar el sustento para su familia.

La Pesca de Camarón

“Corría el año de 1958 cuando me inicié como camaronero, una actividad que realicé por veintidós años. La única en la que senté raíces de verdad –expresa con nostalgia.
Para ese año Ausencio Magaña Rodríguez y su hijo Romeo Magaña Carrillo, ya tenían una pequeña empacadora frente al muelle viejo del ferry. Animados por la bonanza de la pesca del crustáceo en aguas del Golfo de México, y por la presencia de barcos camaroneros americanos en aguas del Contoy, la familia Magaña decidió incursionar en esta pesquería, mandando a hacer para ello un pequeño barco al que llamaron Jorge Robleda, en honor a quien se desempeñaba como máxima autoridad pesquera en la nación. Arcadio Gabourel Sterling, un afamado Carpintero de Ribera fue el encargado de la construcción del barco.
Recuerdo que se trajeron expertos de Campeche para equipar el barco y enseñar el oficio. Uno al que apodaban el Filarpón era el maestro, y cuando todo estuvo listo. Víctor “Viróz Figueroa fue nombrado Capitán de la embarcación, Ernesto Aceves Villanueva Winchero, y yo Motorista.
Filarpón nos enseñó hasta a urdir redes –añade- y el barco quedó adscrito a la Cooperativa Patria y Progreso, que en esos lejanos años era de nueva creación.
Debo decirte que comenzamos a pescar camarón de una manera bastante rústica, pues no contábamos con los adelantos de ahora para posicionar o marcar los parajes. Cuando localizábamos un buen lugar anclábamos una boya con luz intermitente para usarla de referencia.
Luego de año y medio en el Jorge Robleda, ante el éxito que se había logrado, fui enviado a Veracruz en busca de otros barcos pero de mayor capacidad. Se trajeron unos cinco: los llamados Niños Héroes, I, II, y III, el Contoy, y el Holbox, mismos que el Gobierno del Territorio gestionó a favor de la Cooperativa, ya citada, para aumentar la producción camaronera.
Entonces me pasaron al Holbox y luego al Comondú, un barco de origen español que encalló en el arrecife Ixláché, donde quedó abandonado. Romeo Magaña costeó su rescate y reparación para que con el tiempo este barco fuera el emblemático de los camaroneros. Es más, sobrevive a otros que han desaparecido.
Luego, de Bayou, Alabama trajimos más barcos: El Abelardo, el Soñador, La Gaviota y no recuerdo si hubo algún otro más –relata- Estos Romeo los compró nuevos allá por 1968. A la otrora potente Flota Camaronera de Isla Mujeres se sumaron El Rey y el Competidor, y luego, por 1972, de Campeche, donde fueron construidos, llegaron el Rojo Gómez, el Ortiz Mena y el Conquistador…si no estoy mal.
Vaya que había camarón en esos años –celebra- pues tuvimos capturas de de 35 canastas en una jornada, con un peso de 700 kilos, todo un récord. Pescas como ésta las hicimos en La Gaviota, barco en el que duré más tiempo trabajando”.

Evencio Trejo Novelo “Capitán Picuda”, para sus amigos, ha dejado atrás los años rudos de la marinería, del cuarto de máquinas, del timón.

“Cuántas cosas pasamos en alta mar –memora- desde una tormenta imprevista, hasta una vía de agua, o algo más grave: el incendio del cuarto de máquinas por una manguera de combustible defectuosa. Tan lejos de la costa, tan distante del hogar sólo te resta encomendarte a Dios”.

Yo añadiría que también a su sapiencia, a su sagacidad como marino, pues fueron sus conocimientos los que le permitieron retornar siempre a casa, al mejor puerto al que marino alguno puede arribar, al de una familia amorosa y muy unida, como la de Evencio Trejo Novelo, bien valorado como esposo y como padre, como un hombre de coraje y tenacidad a prueba de tempestades.


Fidel Villanueva.-

1 comentarios:

  1. Anónimo dijo...:

    Es un gran hombre del cual estoy muy orgulloso, gracias abuelo picuda por tus consejos y tus enseñanzas, te quiero mucho.

Publicar un comentario

 
La Crónica © 2011 | Síguenos desde Twitter haciendo Clik Aquí