Por fin entró la noche, negra y borrascosa; el viento
se hizo cada vez más amenazante a grado tal que, bajo su acción y recurriendo a
los últimos esfuerzos, se oía pasar por las calles a las familias llorosas en
busca de seguridad.-
El amanecer no pudo ser más desconsolador; porque
numerosas familias isleñas, al verlo todo perdido, se prepararon para salir de
la población en ruinas, la cual, era considerada hasta un día antes de la
tragedia, como la más rica de nuestras costas.- La Revista de Yucatán.-
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Ya no
quedan entre nosotros isleños mayores, personas capaces de recordar la potente
fuerza destructora del ciclón de 1922. Si acaso dos que en ese entonces eran
niños, por supuesto; que a su corta edad debieron enfrentar un desastre natural
de dimensiones extraordinarias.
Aquel 17 de octubre del año que cito, los
isleños sabían que el fuerte norte que desde hacía dos días los azotaba era
presagio de algo funesto. “Es común que
los nortes soplen fuerte – explicaba a sus 90 años Antonio Peña Osorio – pero no más de dos días. Pueden durar hasta
seis, pero con baja intensidad”. La marea alta, y el movimiento de aves y
otros animales buscando refugio, advertían también de un inminente fenómeno
natural
Acostumbrados a
predecir el tiempo, los isleños de 1922 empezaron a prepararse para recibir el
posible impacto de un ciclón. Apuntalaron las humildes chozas de maderas y
palmas; aunque sabían que los fuertes vientos no dejarían muchas en pie. En
realidad, males peores soportaban nuestros abuelos, con las bajas que el
paludismo, el cólera y la tosferina les causaban también.
Durante las horas
de la tarde el viento fue tomando mayor fuerza. En las casas consideradas más
resistentes se habían concentrado poco más de un millar de personas, incluyendo
a quienes llegaron de fuera buscando refugio, entre ellos los cubanos que
pescaban en las inmediaciones.
Al llegar las sombras, ante las
mortecinas luces de velas y quinqués, las señoras rezaban mientras trataban de
calmar la inquietud de los niños, pues algunos muy atrevidos se empeñaban en
ver que pasaba fuera del hogar. Dicen que a falta de valor la inconsciencia es
buena.
“Ya se cayó la casa de Don Manuel Osorio y se
ladeó la de Don Domingo Martínez”– comentaban asombrados. Por doquier el vendaval mezclaba ramas con
artículos domésticos, o hacía rodar estrepitosamente tambores vacíos, los
cuales servían para envasar aceite de tiburón o de tortuga. No era fácil
distinguir qué pasaba en la oscuridad que envolvía a la isla; oscuridad que se
hacía más densa con los chaparrones de agua que el cielo arrojaba.
Con la medianoche llegaron los momentos de
mayor intensidad de los vientos, y escenas desgarradoras se sucedieron. La gente
salía de sus humildes casas desplomadas, arrastrando a sus niños y a sus
ancianos, buscando otro refugio, clamando por ayuda para los heridos, lanzando
gritos de auxilio que se perdían entre los ensordecedores bramidos que lanzaba
la tormenta.
Era el ciclón de 1922 en todo su apogeo, con
sus 100 millas por hora haciendo añicos el poblado de Isla Mujeres. Su lento
movimiento de traslación lo hizo permanecer casi estático sobre la ínsula por
más de 14 horas, antes de ingresar a la península para salir por Campeche, e ir
a disiparse en las estribaciones de la Sierra Madre Oriental cinco días más
tarde.
Fueron 14 largas horas de angustia y
desesperación. Quien ha vivido la experiencia de un huracán sabe bien que el
tiempo parece detenerse, haciéndose eternas las horas e inescrutable el
destino. Cuando amaneció aquel 18 de octubre de 1922, ante los ojos de los
isleños se reveló la magnitud del desastre: de las ciento veinte casas que
componían el poblado, sólo unas 40 permanecían en pié; y luego de una evaluación,
solamente tres fueron consideradas habitables.
Amparado por las sombras también, a unos metros
de las playas, el huracán había protagonizado otro drama, el de los ocupantes
de los barcos surtos en el puerto.
EL NAUFRAGIO DE LA
CANOA DE GUERRA “NIEVES”.
En aquellos lejanos tiempos, el transporte de
carga y pasajeros lo realizaba una flotilla de embarcaciones nacionales
identificada como Servicios Navales del Territorio Federal de Quintana Roo.
Iban esas embarcaciones de Veracruz a Payo Obispo, impulsadas a motor y vela,
haciendo escalas en los puertos del Golfo y la costa oriental de la península.
Un mes en promedio duraba la travesía, y era el único medio de comunicación
entre la isla y los puertos aludidos.
Canoas, Cayucos, Bongos y Lanchas integraban
esa flotilla, misma que resultaba insuficiente para el servicio que las
poblaciones costeras demandaban. Se viajaba entre costales de copra y marquetas
de chicle, entre cueros a medio curtir, esponjas, tortugas y hasta animales
domésticos. La “Nieves”, junto con la “Cozumel”, fueron dos de esas
embarcaciones que servían de enlace regional. Eran las preferidas en virtud de
su larga eslora y su estrecha manga que les permitían desarrollar mayores
velocidades al desplazarse. Ambas tuvieron un fin trágico.
Con respecto a la "Nieves” y al ciclón de
1922, citaré que en Mérida, hasta el día 25 de ese mes de octubre se ignoraba
la suerte de la embarcación, pues sólo se sabía que había salido de Payo Obispo
con mal tiempo. Se le daba por perdida seis días después del impacto del
meteoro.
La
deficiente comunicación en esos años impidió conocer con oportunidad los
sucesos. Fue hasta el día 26, nueve días más tarde, cuando se supo por
versiones de dos náufragos, lo ocurrido en Isla Mujeres la noche del día 17,
cuando la canoa fue arrastrada por el ciclón hasta estrellarse contra el
arrecife, pasando sus ocupantes indescifrables horas de dolor.
Con la luz del día, la otrora elegante silueta
del navío se mostró destrozada a un costado del islote “La Carbonera”, y desde
una roca cercana, alguien hacía señas pidiendo auxilio. Hubo que esperar unas
horas pues la fuerza de los vientos aunque había disminuido aún causaba
destrozos, y no era prudente aventurarse en el agitado mar. Sin embargo, con la
ayuda de isleños valientes, y con los barcos de los señores Fabián Magaña e
Inocente Pastrana, para las cuatro de la tarde los náufragos ya estaban en
tierra firme, y recibían del Presidente Municipal y de los profesores,
medicinas, alimentos y ropas, pues ninguno pudo rescatar su equipaje, dedicados
durante las 16 horas de angustia que pasaron sobre las rocas a defenderse de
los embates de las olas para salvar la vida, asidos al riscoso y cortante
esquilón que va del Farito a la Carbonera.
La “Nieves” se perdió; y también quedaron ahí,
junto a sus astilladas cuadernas los restos del valeroso Patrón de Costa, Don
Cristino Pacheco, quien, según testimonio de los pasajeros a La Revista de Yucatán, al ver que su
barco encallaba, se lanzó a las turbulentas aguas para ofrendar su vida al mar
al grito de ¡Viva México!
LOS
ÚLTIMOS DÍAS DE LA “NIEVES”.
El 25 de octubre siguiente, el
Corresponsal de La Revista de Yucatán
en Progreso entrevistó al Sr. José María Cervera E. y a su hijo, José Cervera
Castillo, (náufragos de la “Nieves”), quienes rindieron declaración sobre el
fatídico último viaje que emprendió la embarcación, hasta zozobrar en Isla
Mujeres. El relato de aquellos sobrevivientes fue el siguiente:
“La noche del 9 al 10
entre 11 y 12 salimos de Payo Obispo para Progreso en la Canoa Nacional
“Nieves” q. conducía alrededor de 34 pasajeros. La embarcación salió al parecer
con mal tiempo. Después de dos días de viaje, siempre con mal tiempo, entramos
a resguardarnos en la bahía de la Ascensión, donde permanecimos dos días. Al
amanecer del 13 hicimos rumbo a Cozumel habiendo tenido que internarnos en la
Caleta para precavernos del mal tiempo; llegando 12 horas después de nuestra
salida. En la Caleta bajamos con las mujeres parte del pasaje, y pasamos por
tierra a Cozumel, donde estuvimos desde la noche del sábado hasta la del lunes,
en la que nos embarcamos nuevamente. A las 11 de la noche levamos anclas para
Isla Mujeres, llegando al día siguiente en la mañana. (Martes 17 de Oct. de 1922) De allá no pudimos salir porque a cada
momento arreciaba el temporal. Parte del pasaje bajó a tierra, volviendo
algunos por la noche, a cenar en la canoa, donde tuvieron que quedarse porque
estaban soplando vientos de tierra. Como a la una de la madrugada, cuando el
pasaje en su mayor parte dormía, reventó el ciclón en tierra arrastrando la
canoa hasta encallarla en un arrecife que queda frente a Isla Mujeres.
(Vientos del nordeste llevaron la “Nieves” hasta la Carbonera.). La embarcación
resultó completamente averiada haciendo agua, y con tal motivo, los pasajeros y
la marinería, haciendo esfuerzos y luchando contra la obscuridad y las olas,
nos lanzamos a alcanzar el arrecife próximo.
Éramos como cuarenta
personas, inclusive mujeres y tres niños, uno de teta. Pasamos de 14 a 16 horas
sobre el arrecife, sufriendo el frío, el hambre y los dolores de los golpes y
rasguños que nos produjo la lucha con las encrespadas olas en la más espantosa
obscuridad. Al día siguiente fuimos auxiliados por dos botes, uno de la
flotilla y otro particular, y trasladándonos a Cozumel. La canoa “Nieves” quedó
encallada frente al arrecife, completamente averiada perdiéndose el equipaje de
muchos pasajeros, inclusive el nuestro. Entre los pasajeros de la embarcación
náufraga estaba el Teniente Federal Rueda que venía para Tabasco.
Los pasajeros
náufragos se embarcaron, unos en el balandro “Fénix” que llegó anteayer a
Progreso, y otros en el “Orión” que llegó ayer. También naufragó en la bahía de
Isla Mujeres el balandro “Rosita”, que venía cargado de chicle.- El
Corresponsal.-
También había naufragado en la Punta Sur el
pesquero americano “Ida. S. Brook”. Igual suerte corrieron en Cozumel,
El “Alberto”, La “Norma” y la “Candita”.
COLOFÓN.
Así terminó
la “Nieves” sus largos años recorriendo nuestros mares. Su motor a gasolina (entonces
muy moderno), fue rescatado e instalado a la Canoa de Guerra “Cozumel”, la cual
unos años más tarde rendiría también tributo al mar al chocar con otro navío
frente a Xcalak.
El testimonio de los náufragos de la “Nieves”,
nos ilustra sobre las dificultades que enfrentaban quienes debían viajar en
esos tiempos. Nos confirma también que por falta de buenas comunicaciones,
tanto para informarse de la presencia del un huracán, como para pedir y recibir
auxilio, la vida no valía gran cosa en esa época del Quintana Roo de nuestros
abuelos.
Ocho días tardó la trágica noticia en
conocerse. Ocho días de incertidumbre. Hace apenas unos años, los pocos isleños
mayores, al evocar el ayer, me expresaban que no esperaban en esos casos de
emergencia ninguna ayuda de fuera. Cuando llegaban las autoridades del
Territorio ya nada había qué hacer. Los heridos habían sanado o fallecido, y
las casas de los pescadores se erguían de nuevo, en espera de un nuevo ciclón,
tal vez para demostrar a las futuras generaciones que a ellos nunca los dobló
la adversidad, y que supieron luchar para heredarnos un lugar digno donde
vivir.
Por ello, dedico estas líneas al nuevo grupo
social llamado: “Recuerdos de Isla
Mujeres”, integrado por paisanos que se niegan a perder su identidad cultural.
Mi enhorabuena para el Arquitecto Cuauhtemoc
Zurita Ávila, su creador.
Para concluir, expreso gratitud a la C. Licda.
Ney Antonia Canto Vega, Directora del Centro de Apoyo a la Investigación
Histórica del hermano Estado de Yucatán en 2005, cuyas atenciones fueron
decisivas para la elaboración de este escrito.
Fidel Villanueva Madrid.
Cronista Vitalicio de Isla Mujeres.-
ixcheel@prodigy.net.mx
Septiembre de 2011.-