Fueron las salinas de Isla Mujeres, por
siglos, un referente del lugar por la excelente producción que del mineral se
obtenía en sus cuencas.
Contaba Petronilo Martínez Sabido, que los
isleños de la primera mitad del siglo XX nunca pensaron que un día la sal dejaría
ser parte de su idiosincrasia, porque desde la fundación del poblado en 1850,
la existencia de sal en la ínsula fue un factor que alentó el arraigo de los
migrantes, tanto nacionales como extranjeros.
Pero aquellos fundadores no fueron los
primeros en explotar el mineral. Mil años atrás, los mayas de la costa oriental
de la península sustentaron su comercio de intercambio con sus semejantes del
Golfo de México, y particularmente el de Honduras en la sal, dado que al sur de
Isla Mujeres no existía este producto natural, tan necesario para los mayas,
pues no sólo lo utilizaban para conservar carnes de animales de mar y selva;
les servía particularmente en medicina, y para sus rituales religiosos.
Para obtener buenas cosechas de sal los
mayas ofrendaban a la diosa Ixchel, a la que le erigieron un santuario en Isla
Mujeres, el cual se ubicaba donde hoy están los vestigios de la Hacienda Vista
Alegre de Fermín Mundaca y Marecheaga.
Por los ídolos-ofrenda que con forma de
mujer encontraron los españoles en 1517, la ínsula fue bautizada con el nombre
con el que la conocemos. Luego de ese año, a pesar de que los mayas buscaron el
refugio de las selvas para evitar ser esclavizados, Isla Mujeres fue
frecuentada por pescadores estacionales que aprovecharon la sal para sus
actividades.
A partir de 1850 los pobladores del lugar
debieron enfrentar la ambición de notables políticos yucatecos que lograron la
propiedad o concesión de “las charcas de
sal de Isla Mujeres”. En 1854 el isleño Víctor Sánchez solicitó al
gobernador de Yucatán le concediera el usufructo de las salinas, dada su
importancia para el desarrollo del nuevo poblado. Encontramos sus cartas, con
firmas de apoyo a su petición, más al parecer, no hubo respuesta a las mismas.
Entre las firmas está la de Fermín Mundaca, quien a la usanza de su tierra, se
sirvió de la sal isleña y los abundantes mangles para curtir pieles diversas
que exportaba a Cuba, de la cual fue Agente Comercial en este lugar.
De cualquier manera, los fundadores
siguieron explotando el mineral, hasta los años sesenta del siglo XX, cuando la
instalación del servicio de energía eléctrica fue suficiente para contar con
una congeladora de mariscos y fábrica de hielo propiedad de Romeo Magaña
Carrillo.
Pocos años después, las salinas quedaron en
el recuerdo de los isleños. Al construirse la carretera perimetral oeste los
pasos decantadores de aguas pluviales y marinas fueron cegados. La carretera
era necesaria para comunicar los balnearios y restaurantes que el turismo
comenzó a poner de moda, dado que antes, ir de un extremo al otro de la pequeña
isla se hacía por la carretera perimetral oriente.
Al embalsarse las aguas vino el problema de
las inundaciones, y especialmente la generación de malos olores (gas metano),
por descomposición de las aguas salinas mezcladas con las de lluvia, que
estancadas, no tenían posibilidad de completar su ciclo o camino hacia el mar.
Varios fueron los proyectos que se
plantearon entre 1986 y el año 1992, año en que se definió como alternativa de
solución el saneamiento y la reconexión de las lagunas salinas al mar…como estuvieron
antes. En la atención del problema interactuaron tanto el gobierno municipal,
como el federal a través de la Comisión Nacional del Agua, y el estatal vía la
Comisión de Agua Potable y Alcantarillado, que fue la dependencia que mayor
participación tuvo. La Administración Portuaria Integral (API), y el gobierno
municipal aportaron recursos, entre 1998 y 99, para construir el malecón que
conocemos.
La última obra realizada fue para atender
las inundaciones que provoca el embalse de las aguas de lluvia y se inauguró
hace apenas unos meses. Consistió en un sistema de bombeo para mantener los
niveles dentro de parámetros normales. La reconexión al mar seguirá esperando,
así como el saneamiento de las salinas Chica y Aeropuerto. Hoy la obtención de
sal ha quedado descartada para siempre, quedando en el anecdotario su
aportación a la economía local. Como ejemplo de lo importante que fueron las
salinas para los isleños leamos sobre:
Una fugaz
cooperativa
De los esfuerzos de los nativos del lugar
por organizarse para explotar la sal, hay entre otras constancias el que se
realizó durante el gobierno del Gral. Rafael E. Melgar, de tan gratos recuerdos
por haber sido el que logró consolidar a
Quintana Roo como entidad federativa.
Me refiero a la:
“SOCIEDAD
COOPERATIVA DE PRODUCCIÓN SALINERA “SALINEROS DEL CARIBE”
Que el 20 de
febrero de 1940, por oficio, la Secretaría de la Economía Nacional reconoció,
avalando sus actividades que eran las de: “explotación
colectiva de las reservas nacionales salineras de Isla Mujeres de conformidad
con los contratos concesiones que le otorgue el Departamento de Minas de la
Sría. de la Economía Nacional”
Como entre los
socios fundadores había hasta extranjeros, el 22 de marzo de 1940, el Oficial
Mayor de la Secretaría de Relaciones exteriores certificó que había recibido un
oficio del Sr. Félix Martínez, de Isla Mujeres, solicitando a esa secretaría que,
conforme a derecho, autorizara se insertara en las Bases Constitutivas de la
Sociedad Cooperativa de Salineros de Isla Mujeres la siguiente cláusula:
“Todo extranjero que, en el acto de la constitución o en
cualquier tiempo ulterior, adquiriera un interés o participación social en la
sociedad, se considerará por ese simple hecho como mexicano respecto de uno y
otra, y se entenderá que conviene en no invocar la protección de su Gobierno,
bajo la pena, en caso de faltar a su convenio, de perder dicho interés o
participación en beneficio de la nación mexicana”.
Lo cual autorizó
dicha Secretaría el día 22 de marzo citado.
El acta
constitutiva de la sociedad salinera es de fecha 21 de febrero de 1940, y los
fundadores de la cooperativa fueron los señores:
Leocadio Nájera Demetrio Paz Matías Martínez
Pedro Rodríguez Clemente Pacheco Benjamín Celis
Ángel Burgos Manuel Velázquez Manuel Salas
Anselmo Celis Cristóbal Paz G. Regino Góngora
Ceferino Nájera Félix Martínez Reinaldo Castro
José Figueroa Bernardino Paz Mauro Velázquez
Fabián Magaña Artemio Pastrana Buenaventura Delgado
Miguel Magaña Isaías Ávila José Delgado P.
Andrés Miranda Hilario Skumpurdis Francisco Pacheco
Cándido Paz Luciano Paz Toribio Povedano
Ausencio Magaña José del Carmen Galué Gilberto Galué
Agapito Magaña Carlos Magaña Víctor Figueroa
Luciano Choc
Fueron en total 37
socios fundadores, los cuales aportaron un peso cada uno, a cuenta de un
certificado con valor de 10, mismo que cubrirían por completo en el término de
un año.
Los
socios podían adquirir los certificados que quisieran pero sólo podrían tener
un voto.
La primera
directiva estuvo compuesta por las siguientes personas:
Félix Martínez. Presidente del Consejo de
Administración
Mauro Velázquez. Secretario
Cándido Paz Tesorero
Pedro Rodríguez Vocal
Agapito Magaña Presidente del Consejo de
Vigilancia
Ignacio Pacheco Secretario
El 21 de febrero de
1940, Ausencio Magaña, en su calidad de Delegado de Gobierno certificó que las
firmas contenidas en las bases Constitutivas fueron puestas en su presencia. Las
oficinas de la Cooperativa se instalaron en la Calle 18, lote No. 32 de la
isla.
El objetivo de la
sociedad era explotar colectivamente las salinas y comercializar la producción “en
las zonas de concurrencia que fije el Departamento de Comercio de la Secretaría
de la Economía Nacional.” (Cláusula 4ª. Inciso b de las Bases
Constitutivas.)
Sin embargo, las
cosas no marcharon como los socios esperaban porque:
El 14 de septiembre
de 1948, Rosendo Baquedano Castillo, Oficial Cuarto de Agencias Generales de la
Secretaría de la Economía Nacional, adscrito a la Agencia General de Mérida
Yucatán, realizó una visita de inspección ordenada por la Dirección General de
Fomento Cooperativado, a fin de constatar la operación de la Cooperativa de
Salineros.
Al no encontrar
ningún rastro de la citada cooperativa, ni identificarse alguno de los socios
fundadores, procedió a levantar un acta apoyándose en un residente que se animó
a responder a sus preguntas.
En la parte medular
de la actuación que levantó, asentó que un vecino de la isla, el Sr. Fernando
Sabido Basto, le informó que:
“la Sociedad Cooperativa Salineros del
Caribe, S. C. L. hace tiempo no funciona, habiéndose desavecindado sus miembros
que la integraron.”
Que al ser
interrogado sobre las causas que hubieran motivado la suspensión de las
actividades el Sr. Sabido Basto respondió que:
“Quienes integraban la sociedad externaban
su opinión en el sentido de que no les era costeable la extracción de la sal
actividad a la que se dedicaron al constituirse la Cooperativa, por (ser) exigua la producción y no contar con recursos económicos suficientes,
ni mercados para sus productos, ya que las Autoridades correspondientes, según
manifestaban, no les concedieron en su oportunidad, o sea al constituirse,
zonas de ventas de sus productos.”
Al otro día, el Sr.
Baquedano Castillo se presentó ante el C. Delegado de Gobierno de Isla Mujeres
al que enteró del objeto de su presencia en la isla y le solicitó su colaboración:
“en el sentido de evitar que personas
físicas o morales, ajenas a la expresada Sociedad Cooperativa, usaren o
pretendieran usar el nombre de la misma, ya que no reúne los requisitos que
exige la Ley en la Materia, estando prácticamente disuelta”
Francisco Cordero
Núñez, a la sazón Delegado de Gobierno, estuvo de acuerdo y firmó para
constancia la actuación de referencia.
Aclararé que lo
testimoniado por el Sr. Sabido Basto es verdadero, aunque no en todo lo que
expresó. Los socios fundadores de la cooperativa no se habían desavecindado de
la isla. Solamente habían perdido interés en un negocio en el que encontraron
un obstáculo insalvable: El monopolio que de la sal del norte de la península
tenía desde muchos años antes la familia Roche.
Hasta hace unos
años era posible entrevistar a algunos de aquellos emprendedores isleños que un
día pretendieron explotar comercialmente las salinas de la isla. Todos
coincidieron en que la falta de mercado, los arruinó.
Hoy, al recorrer el
malecón que bordea la Salina Grande, no podemos menos que cerrar los ojos para
recrear aquellas madrugadas de estío en que los isleños de ambos sexos, y de
todas las edades, se introducían entre las quemantes aguas a recolectar sal.
Como lo hicieron los mayas, los nativos del lugar iban formando conos o
pirámides a las que luego quemaban encima palmas hasta formar una costra
protectora contra las lluvias, que para mayo comenzarían a llegar.
Algunos a falta de
tinas galvanizadas usaban, como los mayas, enormes conchas de tortuga para la
recolecta. Apenas comenzaba a salir el sol había que retirarse para no
ulcerarse la piel.
Muchos de los
isleños mayores no olvidan esos años. Va para ellos este escrito. Especialmente
para los descendientes de los Salineros del Caribe.
Fidel Villanueva
Madrid.
Cronista Vitalicio
de Isla Mujeres.
Octubre de 2011.
Que bonita crónica C. Fidel . . . . que bien Carlos por reproducirla . . . ahí también aparecen nombres de mis tíos abuelos y abuelo, aquí si se nota que ellos existieron y pues tristemente se les ha omitido en otros recuerdos de nuestra primera gente de Isla . . . Saludos!!