EDUARDO
JUANES PEÓN
y su
Arquitectura mexicana (II)
Isla Mujeres…el paraíso
perdido
“Debo decirte que fue
la familia Ponce Rubio la que me ayudó a enamorarme de Isla Mujeres. A Pepe
Ponce lo traté desde que éramos muy jóvenes, y allá por 1951, uno de nuestros
entretenimientos era ir de cacería. Luego, en 1955 lo recuerdo tratando de
hacer un barco, algo que desde niño yo tenía como principal afición.
Era un hombre
excepcional, dotado de una inteligencia superior, pero con un mal congénito en
su sistema nervioso, que igual lo sublimaba que lo sumía en profundas
depresiones. Esa enfermedad la conocen ahora como depresión bipolar; antes le
llamaban manía depresiva. Por ello, había que trabajar con él cuando andaba a
la alta. Fue hombre de gran visión empresarial.
Como otros yucatecos
de esos tiempos, varios años de su vida los pasó en Cuba haciendo negocios, y
como muchos, al caer el régimen de Batista Pepe Ponce vendió como pudo sus
bienes ahí y se vino para México, pasando también sus buenas temporadas en los
Estados Unidos.
En virtud de que su
familia era propietaria de espacios con playa en lo que es hoy la Zona Hotelera
de Cancún, varias veces habló de hacer inversiones en esas tierras, aunque más le
atraía hacerlas en Oporto, Portugal. Puros planes y nada real.
Fue su hermana María
Elena, más conocida como Mayo, quien allá por 1962 me dijo que la cosa ya iba
en serio. El tema me interesó y pronto me encontraba frente a él en el D. F., donde
hablamos mucho sobre sus ideas sin aterrizar nada, porque aún soñaba con
invertir en Portugal en un hotel para turismo mochilero que en ese tiempo tenía
mucho éxito. ¿Por qué ahí? Bueno, él comerciaba de mucho tiempo atrás henequén
africano, pues la fibra yucateca ya andaba a la baja y en Portugal tenía buenos
clientes.
En una segunda cita le
insistí en hacer ese hotel en sus tierritas de Quintana Roo. Pepe Ponce ni lo
descartó, ni resolvió, y yo, en los siguientes años me dediqué a otras tareas,
entre ellas el diseño de la Casa Maya de Lima Gutiérrez, ya comentada.
Luego, al detonar el
proyecto Cancún, Ponce Rubio invirtió al fin…pero en Isla Mujeres. Sus nuevas
propiedades en una islita de la que no recordaba ni el nombre, las adquirió con
el dinero que recibió por rematar a los banqueros las que tenía en Cancún. El
también vendió a la buena…de todos modos lo hubiera hecho. Claro que a Isla
Mujeres con gusto lo acompañé. Para esto ya habían pasado diez años desde
nuestra primera cita, y Pepe Ponce atravesaba por una de sus constantes
depresiones.”
El Hotel Poc-ná
“Recuerdo que casi lo
obligue a viajar en mi viejo auto hasta Isla Mujeres donde recuperó el ánimo y
comenzó a comprar predios, como el de Canito Povedano, llamado Ixhenahá, junto
a la Playa de la Media Luna. Dentro del predio había un hotelito denominado “Las
Palmas”, el cual sirvió de base para erigir el Poc-ná. Compró además una casa
para su madre, y salvo Tomás “Zorro” Ríos, todos los que estaban contiguos al
Ixhenahá le vendieron. Así logró reunir una buena superficie de terreno.
Nos pusimos entonces a
trabajar en el diseño arquitectónico a partir de lo adquirido. En lo
mercadotécnico, fue un gringo de nombre George Roberts, quien lo orientó y
hasta se asoció con Ponce Rubio. Déjame contarte un poco sobre Roberts.
Te diré que ya residía
en la isla, donde no era muy bien visto por varias razones: La primera es que
había fracasado como dueño de una lonchería, la cual estaba frente al Centro de
Salud. Hacía las peores hamburguesas de la Península. Luego se le ocurrió armar
un pangón al que adaptó neveras para comprar en alta mar su producto a los
langosteros. Su idea era revenderlas. Impulsaba la singular embarcación con un
motorcito, y aunque el negocio pintaba pronto desistió, pues le cayeron encima
el Delgado de Pesca y hasta la propia Empacadora Romeo, que sí operaba
legalmente.
Apaleado en lo
económico, fomentó otras amistades en la isla, entre ellas la de Pepe Ponce, a
quien pensé que el gringo arruinaría también. Fue al revés, Ponce Rubio lo
exprimió…y fue Roberts quien terminó por quebrar completamente.
En realidad, nunca
compartí la idea del hotel mochilero, pero necesitaba trabajo, y además, estaba
prendado de Isla Mujeres. Mi idea era retomar la labor con los jóvenes del
Distrito Federal y construir un Club de Verano, lo cual no estaba mal, aunque a
Pepe Ponce nunca logré convencerlo. Mi temor era que continuara haciendo
locuras con su dinero y que no se lograra nada.
Empezamos a darle
forma al Poc-ná construyendo una palapa al centro del hotelito que Ponce Rubio
comprara a Canito Povedano. La idea no me gustó nada y terminamos discutiendo,
a tal grado que empaqué para irme de Isla Mujeres.
No pude hacerlo; ya me
habían dado agua de coco. Renté un cuarto al Zorro Ríos de los que tenía junto
a María´s Kankin, y ahí me fui a refugiar un buen tiempo, hasta que apareció la
mamá de Pepe Ponce a ofrecerme un sueldo ¡Por cuidar a su hijo!, el cual -pensaba
la buena señora- podría quitarse la vida en una de sus constantes depresiones.
Su hermana Mayo, terminó de convencerme
A petición de ellas
regresé a laborar con Ponce Rubio, diciéndole sí a todo para no volver a
enfrentarnos. Como fuere, mis discusiones con él nunca llegaron a la ofensa;
eso habría terminado definitivamente con nuestra añeja amistad.”
Otros proyectos en la isla
“En esas andaba cuando
apareció en escena el Ingeniero Mario Duarte, aquel que fue muy famoso por
haber creado el hormigón comprimido. Duarte había sido contratado para hacer el
primer muelle de transbordadores, y tenía problemas para encontrar
profesionales de la construcción en Isla Mujeres.
Mira Chato Juanes –me
dijo- mi hermano me hizo una pendejada con los pilotes para el muelle. Como
estaban largos los recortó con dinamita el muy….y ahora temo que la obra se
colapse. Me explicó cómo los arreglaríamos, y al ver la oportunidad de trabajar
en lo que sé, de inmediato puse manos a la obra. Ahí la hice hasta de buzo para
sellar grietas en los pilotes, ayudado desde la superficie por mi esposa, quien
me iba suministrando lo necesario para hacer las reparaciones.
Al terminar, Duarte me
recomendó con el yucateco Víctor Berny Amézquita, quien iba a hacer un hotel en
Isla Mujeres. No me gustó el proyecto, así que en lo que pude le inyecté mi
estilo personal, lo que agradó a Víctor…pero no a su hermano Federico, quien de
manera soberbia, sin conocer lo más elemental de arquitectura, trató de
ningunear mi trabajo. Ya cuando estaba el inmueble en la fase de acabados subió
de tono el disgusto; pues yo diseñé uno y él se encaprichó con otro.
Federico se empeñó en
colocar horribles trabajos de carpintería y un estilo de ventanas ajenos al
proyecto, mientras que mi diseño contemplaba estos aspectos y los acabados en
estilo maya tradicional, que es lo que ha funcionado en la Península de
Yucatán. En el caso de las ventanas y espacios abiertos, mi estilo es muy
parecido al que los incas aplicaron en Machu-Pichu. Podría decirse que ellos me
copiaron porque yo no conocía su arquitectura cuando diseñé la mía -dice en broma, y agrega- por eso hasta la fecha, evito circular por
la calle Abasolo…para no ver lo feo que quedó el citado hotel Berny.
Luego de mandarlo a
volar y de aceptar las disculpas de su hermano Víctor, como andaba escaso de
dineros dejé la renta con Tomás Ríos, y con dos remolques que me habían
regalado, uno Ponce Rubio y el otro el Ing. Duarte, me acampé en el terreno de
Augusto “Cuxo” Cervera, allá por Playa Coco.
Ahí me fue a buscar
Pepe Lima Gutiérrez nuevamente. Me dijo que quería convertir su bar de Las
Rocas en casa habitación. Trabajé en ello diseñando la obra. Sin embargo, Lima
Gutiérrez no quiso acabados, sino dejar la piedra expuesta. Esto debió
considerarse al elaborar el proyecto, pues afecta la imagen y vida útil de un
edificio.
Mi siguiente trabajo
tuvo que ver con Pepe Ponce de nuevo, cuando me llamó para proponerme le
diseñara una ampliación del Poc-ná, así que terminando con Pepe Lima me puse a
trabajar en agregarle al Poc-ná espacios para hamacas, con lo cual la capacidad
del hotel aumentó. Enseguida, con la incorporación de la americana Genny Eden
vino el éxito, pues en su calidad de asistente de Pepe Ponce se ocupó de llevar
bien las cuentas, de hacer una excelente promoción, velando en todo por una
buena calidad de atención al visitante. Genny cuidaba el más mínimo detalle,
como el de la música que prefirieran los huéspedes, o los juegos de mesa que
más les agradaran.
Después vinieron los
años más difíciles con Ponce Rubio, pues me encomendó el trazo de más de ¡cien
proyectos! que sólo en su imaginación eran posibles. Igual torres de nueve o
trece costados, que edificios o plazas que nunca se realizarían. Muchos años
pasé haciendo bosquejos que fueron amontonándose en un rincón.
Un problema mayor era
enviarle a Florida, o a donde anduviera, copias de esos planos sobre torres con
caras con números que eran fijación en su mente. Un día, al negarme a seguir
con ese inútil trabajo, le ordenó a su administrador, Jesús Ortega Rodríguez, que
me liquidara. Eso fue un gran alivio para mí.
Por cierto,
paralelamente con Poc-ná trabajé obra también para María´s Kankín, un
restaurante que llegó a ser el más famoso de la región.
Terminaba mi relación
con Pepe Ponce cuando Juan Jorge Silverio Rachat me ofreció mejores ingresos a
cambio de hacerle el diseño de una joyería. ¿Joyería en Isla Mujeres? Le
pregunte. Claro que sí ¿Por qué no? Me respondió. Y te voy a pagar lo que vales
porque lo que ganas en Poc-ná es lo que le pago a mi marinero –me aseguró.
Ya curtido en los
absurdos de Pepe Ponce no dudé en hacerle caso al Cubano Rachat y le diseñé la
primera joyería de nivel que hubo la isla. El edificio, ubicado frente al
muelle principal le gustó mucho, pero hubo problemas en lo funcional, pues él
pensó en un local para atender a clientes individualmente, y lo que le comenzó
a llegar era ríos de gente que bajaba de los barcos e invadían su joyería. Como
entraban salían, sin comprar nada, en el afán de cederle espacio a los que
detrás también querían ingresar a la tienda.
Con la siguiente
joyería me permitió aplicarme más en el diseño interior, y ayudado por un amigo
de Yucatán que era experto en trabajar maderas finas, logramos el propósito de
retener y cautivar al cliente hasta que comprara algo. Una elegante alfombra
hacía más agradable el lugar, que ahora fue más espacioso para comodidad de los
visitantes.
Cuando terminé con
Juan Silverio la primera joyería me apliqué en trabajar para Jorge Carlos El
Colocho Millet Cámara, quien ya me conocía pues estudié con uno de sus
hermanos. Jorge Carlos no pensaba que fuera yo buen arquitecto y Juan Silverio
lo convenció, así que me involucré en su proyecto de una Villa Pirata, mismo
que contaba con suficientes recursos, aportados por el Vacation Club de Cancún.
El Colocho me dijo que
me tenía por bohemio; le respondí que era falso, pues era yo más aburrido que
un fraile benedictino. Total, que con un genio de las maquetas que encontré en
Cancún hicimos una presentación tan bonita, que “El Colocho” se la llevó al
Tianguis de Acapulco, donde resultó un éxito.
Pero ejecutar el
proyecto fue una verdadera odisea. Inspirado en la idea de unos piratas que se
estrellan contra las rocas de una isla quedándose a vivir en ella, se hizo
necesario incrustar un barco en la escarpada costa que hay al salir de Sac-
Bajo. Había dinero; así que compré el Holbox, un camaronero de 90 pies de
eslora que estaba hundido a la altura del aeropuerto local, y aconsejado por
marinos isleños, me di a la tarea de rescatarlo y llevarlo a remolque a donde
indicaba el proyecto.
Para flotarlo lo forré
de lona delgada y luego lo achiqué, y para hacer la travesía esperé un día de
calma porque iríamos a contra-corriente. Nunca imaginé la aventura que viviría,
pues ya en la salida del estrecho canal que da a la bahía, el aire sopló fuerte
lanzando al viejo barco contra las rocas. Cuando me sentía derrotado el viento
amainó, y las dos pequeñas lanchas remolcadoras pudieron continuar con el viaje.
Fue éste un proyecto
al que surgían ideas nuevas cada día, hasta que el gringo que ponía el dinero
le dijo a su administrador que eligiera una cantidad final, la que fuera se la
daría…sería lo último…ya no gastaría un peso más…y lo cumplió.
Fíjate que en esos
años trabajo no me faltaba. Diseñaba y dirigía varios proyectos a la vez. Lo
último que realicé hasta hace pocos años fue las instalaciones de Playa México y
la casa de Ramón Gámez Martínez. Luego, los achaques me han retirado
virtualmente, por lo que no acepto ya trabajos de gran envergadura.”
Sus
amores…
“Soy hombre dedicado
ahora por entero a la familia, a tratar de hacer la vida agradable a quien ha
sido mi compañera por 40 años, a quienes son fruto de nuestra unión: mi hija
Andrea, y mi adorada nieta. Esas tres mujercitas son mis amores, de esposo, de
padre y de abuelo ¿qué más puedo pedir si rodeado de ellas no me hace falta
afecto?
A mi Chata Peralta la
conocí en un elevador. Yo venía de una excursión con mis niños, y ella al verme
lleno de lodo, con una escopeta al hombro y cargando un pato, me preguntó si
había estado buena la cacería. Charlamos unos instantes y me prendí. Ella
trabajaba en el quinto piso del edificio y yo en el sexto. Así que podía observarla
ir y venir; con su hermosura provinciana, tan femenina en su forma de caminar.
No sabía quién era; cuando lo supe más me enamoré, porque resultó que esta
belleza mexicana, antes de irse al D. F. vivía de la pizca de café en su tierra
natal. Tenía que ser muy inteligente para adaptarse a la gran ciudad. Así que
un día le manifesté mis intenciones, y aunque me hizo dar algunas vueltas, tanto
insistí que en poco tiempo nos casamos.”
Hoy, privada del sentido de la vista por la
diabetes. “La Chata” Peralta es una admirable mujer que no se rinde ante las
duras pruebas que la vida le ha puesto. Ayuda como puede en la casa. Su voz
serena y amable se torna firme cuando supone alguna incorrección. Vaya que es
mujer de carácter, y su compañero es fiel ejemplo de que detrás de un gran
hombre hay una gran mujer.
No puedo dejar de hacer un comentario para su
hija Andrea, que es promotora de este sencillo homenaje a su padre. Muy joven
aun ha asumido responsabilidades de gente mayor. “Me educaron para ser útil a mis semejantes, y mis padres son lo
inmediato en ese aspecto” –me comenta.
Dejo a Eduardo Juanes Peón con su cúmulo de
recuerdos, de anécdotas, que por razones de espacio no incluyo. Lejos están los
años de su niñez, de aquellas travesuras que buenos regaños le costaron. Y es
que un día desmanteló las vitrinas de la casa, llevándose la fina porcelana y todos
los adornos de su madre para “hacer su ciudad” en las arenas del jardín”. Otro
hubo en que las señoras de la casa descubrieron que las apreciadas sábanas que
desaparecían servían en realidad para hacer velas para los barquitos que con
tanta dedicación fabricaba nuestro personaje.
Hoy el hombre puede sentirse bien realizado. Y
particularmente, muy querido por quienes lo conocemos y valoramos la huella que
con su estilo arquitectónico ha dejado en Isla Mujeres.
Colaboración de Fidel Villanueva Madrid.
Cronista Vitalicio de Isla Mujeres.
Febrero de 2012.
Mail: ixcheel@prodigy.net.mx
BONITA HISTORIA .......... EL DIALOGO AL LEERLO TE ENVUELVE EN EL PASADO HISTORIAS QUE COMO ISLEÑOS NO SABEMOS